viernes, 21 de noviembre de 2014

Los mejores momentos de mi vida me llenaron de miedo. Saltar de un puente, abrir la mente, perderme en la ruta, quedarme en casa de desconocidos, hacerle caso al corazón, trepar una cascada y tirarme con los ojos abiertos, verme en ella y su sonrisa, acercarme al arte y sus caprichos, rutear en un precipicio de montaña, dormir en un convento antiguo, despertar en un teatro, actuar ante cientos de personas, correr gritando en la playa, abrazarme desafiando la cordura, crear lo que creo, soñar lo que quiero, querer lo que tengo, escribir lo que siento, y hacer el amor. Ya estoy seguro: ¡del otro lado de los miedos, está la vida!

¡Pobre de él!
Del que no salta en medio de una duda, o de un quizá.
Del que no sonríe en la simpleza de los besos cotidianos.
Del que no despierta, del que no sueña, del que no vuela.
¡Pobre de él!
Del soberbio, del cobarde, ese, que nunca pierde.
Del que no se encuentra por miedo a perderse.
Del que no se pierde por miedo a encontrarse.
Del que anda con un paracaídas y un bozal,
Del correcto, pobre, del que nunca cae.
Pobre si no asume el riesgo de arriesgarse.
¡Pobre si no se muere por vivir!

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